Me celebro y me canto a mí mismo

Walt Whitman
Walt Whitman

Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo asuma tú también habrás de asumir,
Pues cada átomo mío es también tuyo.
Vago al azar e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo sobre la tierra,
Para contemplar un tallo de hierba.

Mi lengua, cada molécula de mi sangre formada por esta tierra y este aire.
Nacido aquí de padres cuyos padres nacieron aquí y
Cuyos padres también aquí nacieron.
A los treinta y siete años de edad, gozando de perfecta salud,
Comienzo y espero no detenerme hasta morir.

Seguir leyendo

No se mienta usted a sí mismo

El que se miente a sí mismo y escucha sus propias mentiras, acaba no sabiendo distinguir ninguna verdad, ni en sí mismo, ni a su alrededor. Y entonces no siente ya ningún respeto, ni hacia sí mismo, ni hacia los demás. No respetando ya a nadie, deja de sentir amor.

Seguir leyendo

TODAVÍA de MARIO BENEDETTI

Todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo
y eso en verdad no es nada extraordinario
tú lo sabes tan objetivamente como yo
sin embargo hay algo que quisiera aclararte
cuando digo todas las parcelas.

No me refiero sólo a esto de ahora
a esto de esperarte y aleluya encontrarte
y carajo de perderte
y volverte a encontrar
y ojalá nada más.

No me refiero sólo a que de pronto digas
voy a llorar
y yo con un discreto nudo en la garganta
bueno llora
y que un lindo aguacero invisible nos ampare
y quizá por eso salga enseguida el sol.

Ni me refiero sólo a que día tras día
aumente el stock de nuestras pequeñas
y decisivas complicidades
o que yo pueda o creerme que puedo
convertir mis reveses en victorias
o me hagas el tierno regalo
de tu más reciente desesperación.

No, la cosa es muchísimo más grave.

Cuando digo todas las parcelas
quiero decir que además de ese dulce cataclismo
también estás reescribiendo mi infancia.
Esa edad en que uno dice cosas adultas y solemnes
y los solemnes adultos las celebran
y tú en cambio sabes que eso no sirve,
quiero decir que estás rearmando mi adolescencia
ese tiempo en que fui un viejo cargado de recelos
y tú sabes en cambio extraer de ese páramo
mi germen de alegría y regarlo mirándolo.

Quiero decir que estás sacudiendo mi juventud
ese cántaro que nadie tomó nunca en sus manos,
esa sombra que nadie arrimó a su sombra
y tú en cambio sabes estremecerla
hasta que empiecen a caer las hojas secas
y quede el armazón de mi verdad sin proezas.

Quiero decir que estás abrazando mi madurez
esta mezcla de estupor y experiencia,
este extraño confín de angustia y nieve
esta bujía que ilumina la muerte
este precipicio de la pobre vida.

Como ves, es más grave
muchísimo más grave,
porque con estas o con otras palabras
quiero decir que no eres tan sólo
la querida muchacha que eres,
sino también las espléndidas
o cautelosas mujeres
que quise o quiero.

Porque gracias a ti he descubierto
(dirás que ya era hora y con razón)
que el amor es una bahía linda y generosa
que se ilumina y se oscurece
según venga la vida,
una bahía donde los barcos
llegan y se van.

Llegan los pájaros y augurios
y se van con sirenas y nubarrones
una bahía linda y generosa
donde los barcos llegan
y se van…

Pero tú,
por favor,
no te vayas

LOS AMOROSOS por JAIME SABINES

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.

Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre —¡qué bueno!— han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.

En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.